En
este tiempo de Pascua, nos llena el corazón de alegría este anuncio: “Jesús
de Nazaret, el crucificado, ha resucitado”. (Mc 16, 6).
Desde
hace décadas vivimos tiempos difíciles en nuestra querida Argentina. Hay muchas situaciones que atentan
contra la dignidad infinita de la persona humana, como, por ejemplo:
avanza la pandemia silenciosa del narcotráfico, que utiliza a los pobres como
material de descarte, que promueve el sicariato, que seduce con dinero manchado
de sangre a miembros del ámbito político, de la justicia y del mundo
empresarial; a muchos abuelos y abuelas se les presenta el drama de elegir
entre comer o comprar los medicamentos porque la jubilación no alcanza; cierran
comedores comunitarios por falta de asistencia y muchos vecinos se quedan sin
la posibilidad de esa comida en el día; se ataca la vida inocente que no ha
nacido, y, a la vez, la igualmente sagrada vida de millones de niños y niñas ya
nacidos que se debaten entre la miseria y la marginación; asistimos a la
discontinuidad de políticas públicas de integración de barrios populares,
logradas con el consenso de gobiernos de distintos signos políticos y representantes
legislativos; también familias despojadas de su tierra natal en beneficio de
intereses económicos; hermanos que pierden su trabajo, que sienten que su vida
está de sobra, y que no pueden poner el hombro en la construcción de la Patria.
Son
tiempos complejos, por momentos contradictorios, en los que conviven una
esperanza y paciencia honda de nuestro pueblo, que habla de su grandeza de
corazón, con una incertidumbre y una creciente vulnerabilidad de las personas.
San Alberto Hurtado decía que en tiempos difíciles no nos
tenemos que cansar de amar a los demás y de alegrar sus vidas1.
Amar a los demás… un amor con gestos, porque nuestros gestos son el modo de
demostrarle a nuestro pueblo que entendemos su dolor. Advertir sus heridas y
vivirlas en proximidad y cercanía. Tomar partido por los más frágiles, defender
su dignidad, implicarnos personalmente en sus gozos y esperanzas, en sus
sufrimientos y problemas.
Darnos la mano, no soltarnos, unirnos más que nunca, porque
como decía el Papa Francisco en el mensaje para la Jornada Mundial de los
pobres del 2020: Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo
hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan
sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! ¡Cuánto bien que
cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad, fruto de la
bondad de los santos “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de
nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios!
Pero también, “tender la mano al pobre” (cfr. Si 7,
32) destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los
bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, y los que tienen las manos
manchadas por la complicidad.
Retomando la frase de San Alberto Hurtado, también es hora
de alegrar las vidas de tantos hermanos que la están pasando muy
mal.
La alegría cristiana no es euforia, no es éxito, no es
placer, no es un optimismo ingenuo, ni estar siempre bien. La verdadera alegría
tiene que ver con el sentido de la vida, con la experiencia de tener un
horizonte.
En el actual contexto económico y social argentino es fundamental
sostenernos en esa alegría, una alegría profunda y duradera, la que nace del
encuentro con el Señor. Es una alegría que nos libera de la desesperanza y del
desaliento, evitando transformarnos en profetas de calamidades que sólo
desparraman pánico y angustia.
Estamos convencidos que el amor con gestos concretos y la
alegría son el anuncio más explícito del Evangelio en una sociedad que parece
vivir en el constante enfrentamiento, donde priman el individualismo y una
libertad sin amor.
San Pablo nos exhorta: “Sean alegres en la esperanza” (Rom
12, 12). La alegría y la esperanza van inseparablemente unidas. Pidamos el don
de la esperanza que nos sostiene en tiempos difíciles y a la vez nos anima
hacia adelante sin bajar los brazos, tomados de la mano de los más vulnerables
con los que vamos haciendo camino para, entre todos, construir la Patria de
fraternidad que anhelamos y por la que tantos dieron su vida.
Que la Virgen María, que sigue al pie de las cruces de tantos
hermanos, nos conceda la fortaleza, la solidaridad, el compromiso y la alegría
que necesitamos para seguir esperando contra toda esperanza.
Pilar, 19 de abril de
2024
Los obispos reunidos en la 124° Asamblea Plenaria
1 Cfr. HURTADO,
San Alberto, en V CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento
de Aparecida 386, Aparecida 2007
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