Homilía del Sr. Arzobispo, monseñor Andrés Stanovnik, en la misa solemne del 3 de mayo en la Cruz de los Milagros.
Homilía en la Misa de la Fiesta de la Cruz de los Milagros
Corrientes, 3 de mayo de 2023
Estamos concluyendo el Mes de Corrientes, en el que conmemoramos la fundación de nuestra ciudad el 3 de abril del año 1588, y lo concluimos hoy, día de la fiesta de la Santísima Cruz de los Milagros, signo que estuvo estrechamente asociado al nacimiento de esta ciudad. Aquellos que han tenido la ocasión de participar de la novena en preparación a esta fiesta, han podido orar y reflexionar la oración del Padrenuestro. Esta oración no se entiende en toda su profundidad sino desde la Cruz de Jesús. El milagro de ese madero está en su capacidad de generar amor en el corazón de los hombres y convertirlos en familia, en pueblo y en pueblos hermanados. Porque fue abrazado por Jesús libremente y por amor, ese madero es la señal definitiva de la derrota del odio y de la venganza. Es la victoria del amor, la victoria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a cuya imagen y semejanza fuimos creados.
La Palabra de Dios, que acabamos de proclamar, nos trae a la memoria un anuncio estremecedor y de inmensa ternura: Dios es nuestro Padre (cf. Mt 6,9-13). Jesús, el Hijo de Dios, nos asegura que lo podemos llamar “padre”, es más, lo podemos tutear y decirle papá, de acuerdo con las traducciones de los textos bíblicos más antiguos. Así lo hemos oído en la lectura del profeta Oseas (cf. 11,1.3-4.8c-9), cuando le anuncia a su pueblo rebelde los sentimientos que Dios tiene para con ellos: “Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas…”
Nosotros tenemos ese tesoro en la memoria de nuestros orígenes: la Cruz es el signo más impresionante del Amor de Dios llevado hasta el extremo por la humanidad, por todos, sin exclusión de nadie, y aún a pesar de nuestros olvidos, rebeldías y rechazos. Dios es Amor, ése es el mensaje de Jesús desde la Cruz. Y esta es la memoria más profunda y abarcadora de nuestra existencia como pueblo, que hoy estamos celebrando.
La buena memoria: dos signos, un mensaje
No hay otro signo que concentre mayor atención, desde la fundación de Corrientes hasta nuestros días, que el signo de la Cruz al que está íntimamente unida la imagen de la Virgen de Itatí. Estos dos signos concentran y representan lo esencial del mensaje cristiano, a saber: que Dios se hizo cercano al ser humano a tal punto que asumió su condición y, mediante sus palabras y sus gestos, nos mostró cuál es el camino para llegar a Dios, no como individuos aislados unos de otros, sino como personas, familias y pueblos. Y lo hizo a su manera porque Él es así, un misterio de comunión y misión.
La criatura humana predilecta por Dios para ese proyecto fue María de Nazaret, acompañada por José, su esposo y fiel compañero. Por la obediencia de María, el Verbo de Dios e Hijo de María asumió nuestra condición de humanidad desorientada por el pecado. Por amor eligió el camino de la cruz, para mostrarnos cuál es la verdadera trayectoria que debemos recorrer si queremos ser felices y vivir la vida en plenitud. Por eso, la Cruz es Vida, la Cruz es Encuentro, la Cruz es Esperanza, y la presencia maternal de María hace que ese camino sea amigable a pesar del sacrificio inevitable que el implica recorrerlo.
Buena memoria para un futuro de esperanza
Cuando perdemos las raíces que nos unen a Dios y se nos queman las alas para levantar vuelo con Él, vivimos una vida aparente y engañosa, un encuentro superficial y efímero, y una esperanza con horizonte recortado y decepcionante. Nos quedamos literalmente “enterrados”, es decir, hundidos en sí mismos, buscando quiénes somos y cuál es nuestra identidad, creyendo ilusoriamente que es posible encontrar la respuesta en los sótanos de la propia individualidad. Este es el drama que acompaña al género humano desde la creación hasta nuestros días. Por eso, es de vital importancia la buena memoria, que se nutre, entre otras fuentes, también de las conmemoraciones tanto religiosas como civiles, que nos recuerdan de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos.
A propósito, comparto con ustedes estas luminosas palabras que el papa Francisco dirigió a las cofradías de Italia el pasado 15 de enero: “Que la riqueza y la memoria de su historia no se conviertan nunca en motivo de repliegue sobre ustedes mismos, de celebración nostálgica del pasado, de cerrazón ante el presente o de pesimismo ante el futuro; que sean más bien un fuerte estímulo para reinvertir hoy su patrimonio espiritual, patrimonio humano, patrimonio económico, artístico, histórico e incluso folclórico, abiertos a los signos de los tiempos y a las sorpresas de Dios”.
Entonces, recordemos algunos datos históricos de los inicios de una presencia nueva a orillas de este hermoso río. El madero que se encuentra hoy en el retablo mayor de este Santuario fue obra de los españoles, que llegaron a las orillas del Arazaty en el año 1588. Es mucho más que un madero histórico, es el símbolo de que es posible el encuentro entre pueblos muy diversos. Ese madero permaneció allí en una ermita hasta el año 1730, cuando se trasladó a este lugar, donde se había construido el primer templo. Luego se construyó un segundo templo hasta que, en el año 1888, con motivo del tercer centenario de la fundación de la ciudad, se bendijo la piedra fundamental el 3 de mayo de ese año. Estos datos no son solo fechas de acontecimientos pasados, sino historia viva que fue configurando la identidad cristiana de este pueblo.
Buena memoria para caminar juntos
El autor de la historia de la Cruz de los Milagros, hoy párroco y rector de esta iglesia, logra con una pluma ágil, clara y accesible, presentar el acontecimiento de la Cruz de los Milagros con los datos objetivos que le proporciona la documentación de la época. Sin enredarse en aspectos secundarios, reflexiona sobre el significado más profundo del misterio de la Cruz cristiana, recogiendo cuidadosamente los efectos impredecibles que la misma provocó tanto sobre los españoles que se instalaron en el Arazaty, como sobre los grupos de nativos, favoreciendo el encuentro y facilitando grandemente el inicio de la evangelización de los naturales, y la difusión de la fe cristiana en estas tierras, como escribí en el prólogo de la citada obra.
Ese encuentro, que se produjo en los orígenes de la fundación de Corrientes, no fue un encuentro ideal, desprovisto de errores y desaciertos. Y, sin embargo, dio lugar a una convivencia posible en la que ninguno de los “convivientes” arrasó con la vida del otro. Prueba irrefutable de ello es el pueblo correntino, con sus rasgos hispano-guaraníes, con su lengua propia, sus cantos y danzas, sus mitos y sus leyendas, y su fe hondamente arraigada en los valores cristianos, resumidos brillantemente en el signo de la Cruz y la imagen de la Virgen de Itatí.
La identidad de una persona o de un pueblo no se construye a partir de las ideas, sino a partir de la realidad. Podemos afirmar que alguien es aquello que recibió de quienes lo engendraron, educaron y equiparon para la vida, con mayor o menor suceso. Esa persona puede continuar su proceso de crecimiento y maduración en tanto y en cuanto no corta sus raíces. De modo semejante sucede con los pueblos. Si se debilitan, dañan o destruyen sus raíces, se desfigura su identidad.
Las raíces de un pueblo son lo que son, no lo que nos gustaría que fueran. El modo de ser, de sentir y de actuar nos viene de la cultura a la que pertenecemos, enriquecidos con la contribución creativa de las generaciones sucesivas. Libre es la persona o el pueblo que asume su propia historia y la va recreando, y no aquellos que pretenden destruir lo que recibieron, para imponer en su lugar algo que está solamente en sus cabezas. Tampoco es libre aquel que pretende conservar todo tal cual fue siempre. Unos y otros son esclavos de sus ideologías. Raíces sin alas, convierten el pasado en un abuelo decrépito; alas sin raíces, convierten el futuro en un adolescente alucinado. Actualicemos nuestras tradiciones sin nostalgias del pasado ni imposiciones arbitrarias.
Sigamos aprendiendo a caminar juntos, con la convicción de que el otro siempre tiene algo que aportar, que las diferencias no deben convertirse en amenazas sino en oportunidades. La Cruz Redentora de Jesús es la señal más universal con capacidad para generar un pensamiento verdaderamente integrador, y con la potencia real de forjar la fraternidad entre todos los pueblos. Lo atestiguan de modo irrefutable los hechos concretos de nuestra historia de más de cuatrocientos años.
Que la celebración del Mes de Corrientes nos ayude a actualizar nuestras tradiciones, iluminados por el providencial mensaje que se plantó con la Cruz de Jesús cuando se gestaba un nuevo pueblo en estas orillas. Al mismo tiempo, encomendemos a Nuestra Tierna Madre de Itatí a nuestro pueblo y a sus gobernantes, y esforcémonos todos en transitar caminos de encuentro, cultivando el buen trato con todos, cuidando a nuestros hermanos y hermanas más desprotegidos, y creando en todas partes ambientes de seguridad y de paz. Que así sea.
†Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes
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