Las negritas y resaltados no forman parte del original.
Homilía en la Misa de inicio
del Año pastoral arquidiocesano
Itatí, 26 de febrero de 2023
Como los hacemos todos los años, nos hemos congregado a los pies de nuestra Tierna Madre de Itatí para dar inicio al Año pastoral arquidiocesano. Con esta confianza, ponemos en sus manos nuestra vida y actividad; las responsabilidades que nos confiaron para animar la vida litúrgica en nuestras comunidades; la desafiante tarea de acompañar la maduración cristiana de nuestros niños, adolescentes, jóvenes y adultos mediante la catequesis; la misión de hacer llegar el amor caritativo de la comunidad a las personas y familias que necesitan de nuestra cercanía y ayuda material; en fin, le encomendamos a Ella a nuestros consagrados y consagradas, diáconos permanentes y a sus familias, a los sacerdotes, seminaristas y obispos, y a todo nuestro pueblo.
Además, deseamos que Ella nos acompañe en la
preparación y realización de la II Asamblea Diocesana inspirado en el lema: “Iglesia
Sinodal: ¡Escucha, Discierne y Misiona!”. Por eso, a Ti, Tierna Madre de Itatí,
te pedimos humildad para escuchar, gracia para discernir, y una gozosa entrega
a la misión. Ven y camina con nosotros durante la preparación y celebración de
nuestra próxima Asamblea Diocesana. En tus tiernas manos nos sentimos seguros,
porque sabemos que miras con ojos de misericordia a tus hijos que humildemente recurrimos
a Vos.
¡Qué providencial es iniciar el Año Pastoral el primer
Domingo de Cuaresma! Y, al mismo tiempo, dar inicio a la preparación de nuestra
II Asamblea Diocesana. La Cuaresma nos invita a convertirnos y la Asamblea nos
coloca ante el desafío de caminar juntos para misionar. Dios nos llama a
convertir nuestra vida a Él, para que, en comunión con Él, participemos más
activamente en la comunidad y renovemos juntos nuestro entusiasmo para la
misión.
Las lecturas bíblicas que hemos proclamado nos colocan
en el clima penitencial que caracterizan este tiempo litúrgico y nos dan luces
para disponernos interiormente a iniciar el año iluminados por la Palabra de
Dios. La primera lectura, del libro del Génesis (cf. 2,7-9; 3,1-17) nos pone en
guardia contra la tentación, que se reviste de mil formas diferentes, pero que
en el fondo es siempre la misma: querer ocupar el lugar de Dios, es decir, creerse
dueño de toda la verdad, pretender imponerla a otros, no escuchar, no dejar
lugar a los demás y cerrarse a cualquier sugerencia u opinión distinta. Y para aquel
que persiste en esa conducta, vale todo: mentir, descalificar, excluir.
El pecado original consistió en el engaño de creer que,
sin Dios, todo iría mejor; construiríamos la propia vida y la vida común a
partir de las propias percepciones; no deberíamos rendirle cuenta a nadie de
nuestros actos; en una palabra: seríamos como Dios. El autor bíblico concluye
con una imagen fuerte: “en ese momento se abrieron sus ojos y supieron que
estaban desnudos”, es decir huérfanos de todo, peleados entre ellos, perdidos
en el universo, solos. En esa condición, es comprensible que la desesperación
los llevara a buscar la seguridad en lo primero que les venía a las manos: el
placer por el placer, el poder por el poder, la droga para olvidar; matar para
eliminar al intruso o, al que se presenta contrario; o poner fin a la propia
vida porque ya no se le encuentra sentido. Sin Dios, la vida del hombre se
convierte en un infierno.
Sin embargo, Dios no abandonó a su criatura, sino con
amor tierno y perseverante la viene acompañando para mostrarle el camino de la
vida y de la verdadera felicidad. En el Evangelio vemos que también Jesús, el
Hijo de Dios, fue sometido a la tentación. A la tentación de siempre:
convertirse en poderoso por sí mismo y no estar dispuesto a compartir el poder
con otros, poder de servicio que hace posible que los seres humanos caminemos
juntos. Jesús nos muestra cuál es el camino: confiar en la Palabra de Dios,
porque ella es digna de toda confianza.
Por eso, en el tiempo de la Cuaresma, la Iglesia nos
invita a dedicar más tiempo a la oración, a la práctica de la caridad y también
a la mortificación, que consiste aceptar la lógica de la cruz, porque el
triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que es al mismo tiempo una
bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates
del mal, nos recuerda el papa Francisco (cf. GE 163). Y la señal inequívoca de
estar en el buen camino es la práctica de la caridad. La oración auténtica
lleva a un mejoramiento en las relaciones con los demás; ese mejoramiento
aumenta el bienestar de todos, especialmente de los más débiles y abandonados,
y abre los ojos también al cuidado del lugar que habitamos. De allí que la
oración, el ayuno y la caridad, son el trípode que propone la Iglesia, para
vivir una buena preparación hacia la Pascua.
Nos encomendamos a nuestra Patrona y protectora y le
suplicamos que nos dé la mirada y el corazón de su Divino Hijo Jesús, para que
nuestra manera de sentir, de pensar y de actuar sea cada día más cristiana. Tierna
Madre de Itatí, ruega por nosotros.
†Andrés
Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes
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