Homilía de monseñor Domingo Salvador Castagna, arzobispo emérito, quien presidiera la misa solemne.
FIESTA DE LA CRUZ DE LOS MILAGROS
Corrientes, 3
de mayo de 2022
Juan 3, 13-17
Mons. Domingo S.
Castagna
Arzobispo
emérito de Corrientes
1.- Corrientes,
un pueblo creyente. ¡Querido
pueblo de Corrientes! Pueblo creyente que has sabido plasmar tu fe en una
historia de gestas heroicas. Hoy celebramos una Fiesta que es muy tuya, porque,
en lo que conmemoras, has mostrado en tus hijos un inmedible amor a tu tierra
guaraní y cristiana. La Cruz de Cristo es el signo totalizador de tus creencias
religiosas y de todos los valores que definen tu compromiso como pueblo. El
texto evangélico de San Juan, te comprende con exactitud: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el
desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”. (Juan 3, 14-15) Mis
queridos hermanos correntinos, somos testigos de la fuerza y eficacia redentora
de la Cruz de Cristo. Es éste un momento
de enorme aflicción y desafío donde, al revés de la incredulidad del mundo,
llamado civilizado, debemos exhibir nuestra fe cristiana y elevar esta Cruz de
los Milagros por sobre la insensatez que niega los valores espirituales que
nuestros mayores cultivaron y nos transmitieron.
2.- Nunca
la guerra. Es ahora cuando el
mundo se muestra como es: irresponsable, emancipado de Dios y corriendo
vertiginosamente hacia su propia ruina. ¿Quién frenará la guerra, que hoy
prueba su macabra capacidad de destruir
a los seres humanos, sin distinguir a culpables e inocentes, niños,
jóvenes y ancianos? El Papa Francisco ha puesto su acento de Pastor herido en su
dramático llamado a construir la paz. Sacude las conciencias de quienes pueden
poner fin a la guerra. La destrucción y la muerte son injustificables e impiden
la auténtica paz. El egoísta más fuerte tiene ventaja sobre el más débil y
produce una guerra inacabable y genocida, nunca la paz. Cristo cargó sobre Sí
toda la violencia del mundo y “muriendo
destruyó la muerte”. El conocimiento de su conmovedor sacrificio causa, al
ser elevado en alto, la capacidad de resolver los conflictos y lograr el
cumplimiento de la vocación al amor y, por ende, a la convivencia fraterna. La
comparación que Jesús presenta - a su multitudinario auditorio - revela la
virtud curativa de su Cruz. Adherirse a ella – “mirarla” - es recibir la Vida,
negada por el pecado.
3.- La
Cruz de los Milagros. La Cruz
de los Milagros, guardada en este tradicional templo correntino, no es una mera
reliquia ennoblecida por su antigüedad. Es un signo transmisor de la Vida, que
Cristo ha preservado para quienes lo entiendan y acepten. Constituye la
expresión humana más perfecta e inexplicable del amor de Dios hacia cada uno de
nosotros, criaturas suyas, imágenes de su libertad, que, en sus orígenes,
cedieron a la tentación diabólica de mal usar el don que los asemejaba a Dios.
Así se introdujo el egoísmo violento y destructor, gestor de la delincuencia y
de la guerra. Es preciso advertir que la Cruz de Cristo cura la herida del egoísmo
y de sus derivados: la soberbia y la violencia. Cristo, con su amor llegado al
extremo de la Cruz, se constituye en vencedor del pecado y de la muerte. En Él,
en quien Dios Padre expresa a la humanidad toda la ternura y paciencia de su
amor, se encarnan la misericordia y el perdón. El sustrato de la Revelación
divina, es el llamado a que todos los seres humanos hagan una opción libre por
el amor, mediante la conversión. Jesús deja bien en claro que vino para
recuperar a los pecadores. Su misterio de encarnación, muerte y Resurrección
está dirigido a que todos los hombres reconozcan a Dios Padre y el carácter
filial y fraterno de sus vidas.
4.- En la
Cruz, la esperanza del mundo. La
Cruz de Cristo no es una decoración piadosa para tiempos tranquilos. Es la
declaración de amor de Dios a un mundo que pretende excluirlo de sus proyectos:
“Sí, Dios amó tanto al mundo que entregó
a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna”. (Juan 3, 16) Están cayendo todas las expectativas humanas; por la
gracia de Dios, permanece firme la esperanza, estrictamente vinculada a la fe
en esta Cruz, en la que Cristo es elevado como respuesta de Dios. Corrientes ha
sabido anticiparse - en gestos reconocidos por la heroicidad de sus hijos - en
acontecimientos inolvidables de la historia patria. Así, silenciosamente,
seguirá manifestando su fe, mediante la elevación de esta milagrosa Cruz, en la
que, de manera invisible, pende el Redentor del Mundo.
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